RICARDO MARTÍNEZ

LA COMPUTADORA ORGÁNICA - www.acceptancetechnique.com

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La historia aquí presentada es explicada en función de la perspectiva del autor en su entendimiento sobre los temas descritos. Este libro no pretende arreglar, diagnosticar y/o curar, por lo que el uso y aplicación del material de este libro es responsabilidad total del lector.

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BIOGRAFÍA

Desde pequeño recuerdo que tenía consciencia de un mundo distinto al físico, también poseía sensibilidad a ese mundo energético que llamamos espiritual. Dotes que me ayudaron a ver que mi propósito de vida tenía que ver con el despertar de conciencia de las personas, contribuyendo en brindarles una mejor calidad de vida con menor nivel de dolor y con mayor nivel de felicidad.

A través de los años, esto me llevó a un viaje de enseñanza y creación de cursos, sistemas y materiales de autoayuda para que las personas despertaran su conciencia y pudieran lograr sus propósitos en la vida con un mayor nivel de paz, disfrute y armonía.

Con la ayuda de maestros terrenales y la guía de maestros espirituales, logré obtener la claridad para avanzar en mi propia vida y obtuve mayor sabiduría de cómo seguir contribuyendo en la calidad de vida de los demás. Fue así como nace la Técnica de Aceptación que hoy utilizo y comparto con muchas personas en diferentes países para el despertar de su consciencia de amor, paz y felicidad.

Me apasiona lo que hago, y a través de las enseñanzas de la Técnica de Aceptación sigo contribuyendo en el despertar de las personas y embarcándome en este viaje hacia un destino donde predomine la paz, el amor, el bienestar y la felicidad.

Ricardo Martínez
Creador de Acceptance Technique

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Capítulo 1

Siempre me han gustado las computadoras, bueno, al menos desde que tuve la inteligencia suficiente como para entender lo que era una.

Y es que una computadora y el cerebro humano no son tan diferentes entre sí. Ambos obtienen conocimientos, nos ayudan a cumplir metas o proyectos con base a esos conocimientos, logran resolver problemas con su lógica y se mantienen en constante interpretación de datos, y eso es así desde que se nace hasta que uno fallece. Nunca se deja de aprender.

Uno de los primeros recuerdos que tuve fue el de una manzana. Lo sé porque quedó plasmado en mi mente un recuerdo de algo rojo y de buen sabor; de pequeño me daban muchos gajos pequeños, los cuales engullía por su sabor. Sin darme cuenta, estaba creando mis primeros pensamientos conscientes.

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No solo veía en la manzana una figura alimenticia, sino algo que me ayudaba a entender mi entorno. Llegué a pensar que el color rojo era símbolo de alimentación, y tengo una quemadura en la punta de los dedos de mi mano izquierda al enterarme que no todo lo que es rojo es bueno. Pero hubo una época donde no era así, y solía apreciar no solo el color, sino la forma, el peso, el olor, todo en ella me indicaba que lo relacionado a una manzana era bueno, protector, delicioso, nutritivo.

Luego probé mi primera manzana podrida.

Fue como a los seis años. Me habían dado una manzana entera, y quería presumir mis dientes perlados dándole una buena mordida. Lo primero que sentí mal fue la textura del mordisco, siendo más suave de lo normal. Lo siguiente fue el color del interior, siendo un poco más opaco que lo usual, y cuando siento el sabor agrio, un nuevo interruptor se activó en mi mente: “No todas las manzanas son buenas”.

Este principio hace del humano un ser pensante, que se va adaptando conforme a los nuevos conocimientos que tiene con respecto a todo lo que lo rodea.

Entiendo que somos hasta ahora la cúspide de millones de años de evolución, y que varios de mis antepasados tuvieron que probar varias manzanas podridas para saber que no eran buenas; a mí solo me tomó una vez para darme cuenta, pero al no estar pregrabado el concepto de manzana en mi cerebro, me era difícil hacer esta distinción sin conocer el fruto primero.

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Ahora mi cerebro había evolucionado de una manera que no creía posible. Mis pensamientos rondaron en la idea de que las manzanas ahora estaban siempre podridas, de que la próxima que me tocara también iba a ser así, que todas las que había comido eran podridas y mis padres las seleccionaban para mí de modo que solo comiera los gajos buenos, ¿y qué pasaría cuando mis padres no estuvieran cerca? Tendría que valerme por mí mismo. Recuerdo que lloré, porque se había arruinado un concepto tan puro para mí, pero hoy en día me siento orgulloso de que eso pasara, porque me hizo avanzar, me hizo aprender que en el mundo siempre se estará descubriendo algo nuevo, quizá viejo para los demás, pero novedoso para uno mismo, y fue esta la anécdota que me hizo reflexionar, años más tarde, lo que sería el recorrido del hombre por la percepción de su entorno, teniendo mi propia vida como ejemplo, y explicando cómo a pesar de que vemos todo a nuestro alrededor funcionando ‘por sí solo’, dentro de nosotros también yace un mundo o universo que está en constante desarrollo, y aunque no lo parezca, nosotros también podemos cambiar ese universo interior en gran medida.

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Capítulo 2

La anécdota de la manzana me hizo pensar en la neuroplasticidad, que es lo mismo que la capacidad que tiene el cerebro para adaptarse y mejorar sus conocimientos en pro de la vida del individuo. ¿Muy complicado? Lo pondré así…

Imaginemos que el cerebro inicia su vida siendo de una misma forma. Por ejemplo, su programación inicial es como un conjunto de caminos rectos por los que tiene que pasar sus señales eléctricas para ejecutar una acción. En un principio, el cerebro puede recorrer fácilmente esos simples caminos rectos, los cuales corresponden a funciones normales e innatas del cuerpo (como respirar, comer, ir al baño cuando sintamos la urgencia o abrir y cerrar el puño de vez en cuando).

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Por el momento, todo está bien, pero ¿qué pasa cuando hay una nueva experiencia en la vida que altera la forma de esos caminos? Es allí cuando nuestra mente tiene que aprender a cambiar para sobrevivir. Luego aprendemos a hablar, a vestirnos por nuestra cuenta, a ir al baño solos, a comunicarnos textualmente, a sumar, restar, multiplicar, dividir, aprendemos historia, arte, música, física, química, entendemos las interacciones sociales, las diferentes culturas, otros lenguajes, que el mundo funciona de cierta forma y debemos saber cómo encajar en el juego de la vida. Todos estos aprendizajes van modificando los caminos rectos del cebero y los convierten en un laberinto que acomoda el total de esas nuevas experiencias.

Parece una tarea ardua, pero lo cierto es que no dejamos de aprender sobre todo esto aunque queramos, y sin darnos cuenta, hay un enemigo para todo esto: El estrés.

Me he dado cuenta que el estrés tiene un símil en el lenguaje computacional, que es el sobrecalentamiento del hardware. A veces, a los equipos computacionales se les manda a hacer tantas funciones que simplemente consume su memoria RAM y comienza a funcionar de forma lenta y pesada. Los humanos son iguales. Los virus causan las enfermedades, las cuales pueden acabar con el individuo de forma inminente, pero el estrés hace que el proceso de aprendizaje se estanque, o en mayor medida, que concluya.

Para una computadora es fácil, pues solo se le ha de colocar un nuevo ventilador, un poco de pasta térmica fresca y listo, pero para el humano es un poco más complicado.

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Sabemos que el estrés es el causante de muchas enfermedades y malestares. Desde un simple dolor de cabeza, pasando por caspa y úlceras en la piel hasta llegar a un paro cardiaco que ni toda la pasta térmica del mundo podría salvar.

Supe de una ocasión donde dos trabajadores estaban en condiciones de trabajo similares, y al cabo de un tiempo, uno se enfermó por estas mismas condiciones laborales, pero el otro se mantenía en pie. La diferencia de ambos casos era la mentalidad con la que se realizaban los trabajos. Mientras que uno de ellos hacía todo de buena gana, activo y aspirando siempre a un mejor ascenso, el otro lo hacía de forma negativa, porque pensaba que no tenía otra opción, quejándose de su salario miserable. Todo esto hizo eco en su cabeza, hasta que el pensamiento ‘me siento mal’ llegó a manifestarse, generando un malestar real.

Siguiendo este mismo patrón, se pudiera causar el efecto contrario para las personas que tienen una condición de salud desfavorable. Más allá de la ley de atracción, la mente es nuestra mejor herramienta para poder encontrar una salida de esto; más adelante daré con detalles el cómo apliqué esto a mi propia vida, pero antes, quisiera indagar más en el asunto.

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